Pbro. Carlos Padilla E.
Entro en lo secreto de mi cuarto, dentro de mi corazón. Y allí me quedo con Dios, en silencio, con María. Hay un lugar en mi alma que es hogar. Allí hay una presencia fuerte del Espíritu.
Asumo que siempre puedo mejorar en la oración. Escucho: «Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará». Entro en lo secreto de mi cuarto, dentro de mi corazón. Y allí me quedo con Dios, en silencio, con María. Hay un lugar en mi alma que es hogar. Allí hay una presencia fuerte del Espíritu. Un lugar recóndito donde me cuesta trabajo llegar. Ese lugar habla del amor de Dios en mi vida. Cuando estoy solo, escondido, tranquilo, sin interferencias. ¿Será este tiempo una oportunidad para entrar en mi alma? El santuario corazón es ese espacio sagrado en el que Dios habita dentro de mí. Un espacio de luz en medio de mis sombras. Un lugar de esperanza en mi desaliento. Volver a mi hogar tiene que ver con mi infancia, con el origen de todo, cuando conocí a Dios, cuando me sentí amado sin tener que hacer nada, bastaba el título de hijo, de hermano, de familia. Era sangre de los de mi sangre. Y allí conocí el rostro humano de Dios. Lleno de debilidades y grandezas. Un amor incondicional en piel humana frágil. Así me amó Dios desde el seno materno y se fueron asentando los muros en mi alma. Allí llegó el poder de Dios a decirme: «Este es mi hijo amado, mi predilecto». Allí aprendí a querer y a dejarme querer. No tenía que hacer nada para recibir amor. No tenía que comportarme de la forma correcta. Bastaba con llegar allí cada día, con las manos sucias, con el alma empecatada. No importaba. Estaban siempre ahí para recibirme con los brazos abiertos. No tenía que huir de casa, ni de Dios. No tenía que vivir con miedo al rechazo y a la crítica. Los que allí habitaban conmigo eran de los míos. Eran los que me habían elegido y yo los había elegido a ellos. A su lado mi vida tenía sentido y sin ellos estaba vacía, como sin alma. Hay un lugar en el corazón que me lleva en volandas hasta allí. Hay una canción de Whitney Houston que habla del hogar: «Cuando pienso en el hogar, pienso en un lugar donde el amor abunda. Ojalá volviera allí con todas las cosas que he conocido. Sería bonito volver a casa donde hay amor y afecto. He aprendido que debemos mirar dentro de nosotros para encontrar un mundo lleno de amor. Como el tuyo, como el mío, como el hogar». Volver al hogar es volver a lo más sagrado de mi historia. Son personas, lugares, olores, encuentros, palabras, gestos, amores. El hogar es el conjunto de todo lo más importante de mi vida. La cuaresma me da la oportunidad de volver a casa, a lo más hondo, a lo más íntimo para descansar allí en los brazos de Dios. A veces me planteo la oración como una obligación, como un deber. Como si al final de mi vida me fueran a preguntar cuántas horas pasé en silencio ante Dios. Y no es una obligación, no puede serlo, es una necesidad. Porque cuando me adentro en mi interior me encuentro conmigo mismo, con mi verdad, con mis amores y allí, entre todos ellos, vive Dios. En ese encuentro descubro la paz, la estabilidad. Estar en paz conmigo mismo es la plataforma desde la que comienzo a caminar. Es el sustento para el camino. Es el recorrido que hago de la mano de mi Padre. El amor, el afecto, la tranquilidad, la seguridad. En Dios estoy seguro. No quiero sacar algo a partir de la oración, aunque muchas veces vaya a rezar para saber lo que Dios me pide. Lo que quiero es encontrarme con el Dios de mi historia. Él pone orden en mi desorden y paz en todos mis miedos. Descubro su rostro y me hace ver lo bello que hay en mi interior. Pienso en ese hogar y las palabras del Génesis lo explican muy bien: «Luego el Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos para la vista y buenos para comer; además, el árbol de la vida en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal». Pienso en lo más bello, perfecto, logrado que hay en mi historia, en mi vida. El edén de mi familia, de mis orígenes. O vivencias de cielo que he ido guardando en el alma. Lugares y momentos en los que todo era perfecto y no había nada fuera de una armonía lograda. Me gustaría vivir siempre ahí, en casa, en el Edén, en el cielo, en mi paraíso. Siempre en paz conmigo mismo y con mis hermanos. Reconciliado, tranquilo, reconocido, lleno de luz. Me gustaría que la melodía del amor de Dios sonara continuamente en mi alma para calmar mis ansiedades. Quiero buscar la paz en medio del desierto cuando los miedos son muchos. La Cuaresma me invita a hacer silencio, a meditar buscando la paz. Quiero pasar más tiempo ante Dios, en mi santuario hogar, en la capilla, en el santuario. Allí puedo descansar en el corazón de Dios. María me espera al comienzo de la Cuaresma. Quiere que camine de su mano, a su paso. que me sumerja en las dificultades buscando un remanso donde pasar mi vida y dejar mis preocupaciones. El desierto me llama porque allí Dios me espera para seducir mi alma con su amor.
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