Por dónde empezar.
La santidad es un camino empinado que hay que comenzar a recorrer con decisión y en grados. Siempre el objetivo será evitar el pecado, y en primerísimo lugar evitar a toda costa el pecado mortal o grave.
Si tenemos la desgracia de caer en pecado grave, entonces no debemos permanecer en ese estado ni por un momento, sino que debemos hacer inmediatamente, después de la caída, un acto de contrición perfecta, es decir, pedirle perdón a Dios por amor a Él, porque le hemos ofendido y nos duele, y hacer el propósito de ir a confesarnos cuanto antes con un sacerdote. Y tantas veces que caigamos, tantas otras deberemos levantarnos sin descorazonarnos, sabiendo que las caídas, si bien no son queridas por Dios, sí son permitidas por Él para que seamos cada vez más humildes y nos demos cuenta que por nosotros mismos somos menos que nada.
Pero para salir vencedores es necesario empuñar las armas que el Señor nos ha dejado para luchar, que son la Comunión frecuente, de ser posible diaria, y la oración constante, al menos el Rosario todos los días. Huir de las ocasiones de pecado, evitando mirar televisión y cine, por donde entra tanto mal a través de los ojos.
Luego, cuando con la ayuda y gracia de Dios vayamos evitando cada vez más el pecado grave, entonces tenemos que trabajar también por comenzar a evitar los pecados veniales y las imperfecciones. Porque ¿qué diríamos de uno que quiere construir su casa y comienza por los detalles, en lugar de comenzar por echar buenos cimientos? Diríamos que está loco. Así también nosotros, para llegar a ser santos, tenemos que comenzar por evitar a toda costa el pecado mortal y luego ir avanzando.