26/4
La profundidad está en Dios, que es la perfección acabada de todo ideal humano. El Espíritu Santo es Dios, y él tiene la capacidad de tocarlo todo con su luz. Por eso puede hacernos capaces de reconocerlo también en los demás.
Si en los otros sólo vemos miseria, porque tenemos los ojos heridos, el Espíritu Santo puede manifestarse y hacernos descubrir muchas cosas preciosas que hay en los hermanos.
Con el Espíritu Santo, además, podemos liberarnos poco a poco de la superficialidad y de la incoherencia, y volvernos comprensivos, generosos, amables, sinceros, disponibles.
Su Palabra nos enseña que "quien dice que está en la luz pero no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas" (1 Juan 2,9), y que "el que no ama permanece en la muerte" (1 Juan 3,14). Entonces, estamos descubriendo lo más importante: Si alguien quiere salir de la superficialidad y ser profundo, su camino es el amor a los hermanos.
Si yo no me encuentro con los demás, si no los amo, si no busco su felicidad, entonces nunca alcanzaré la profundidad y me engañaré a mí mismo con falsos misticismos. En cambio, si soy capaz de salir de la queja, de la crítica inútil, del egoísmo, y doy el salto del amor para encontrarme con los demás así como son, entonces se disipan las tinieblas y puedo ver con claridad. Sólo así puedo alcanzar la verdadera profundidad espiritual. Un acto de amor es lo más profundo y noble que puede vivir un ser humano.
El Espíritu Santo puede derramar ese amor en nuestros corazones y hacerlo crecer.
19/4
Cuando entre nosotros nos unimos con un amor sincero y generoso, estamos reflejando el Misterio del Espíritu Santo, que es al Amor que une al Padre y al Hijo. Recordemos que, cuando nos queremos entre nosotros, estamos haciendo una profunda experiencia de lo que es el Espíritu Santo:
"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Romanos 5,5).
Pero eso se realiza cuando nos amamos de verdad, respetando la diversidad, aceptando que los demás sean diferentes. Compartimos con ellos toda nuestra vida, pero no les exigimos que sean todos iguales.
Esa unidad en la diversidad es un reflejo del Espíritu Santo, porque él une al Padre y al Hijo, que son distintas Personas, pero que comparten todo lo que son en un amor infinito.
Cuando vivimos unidos en el amor, respetándonos y valorándonos, estamos reflejando ese Misterio infinito de las tres Personas divinas.
18/4
Al Espíritu Santo se lo suele representar como una paloma: "Contemplé al Espíritu, que bajaba del cielo como una paloma, y se posaba sobre él" (Juan 1,32).
¿Por qué una paloma?
Podríamos pensar en su suavidad, en la blancura, en la delicadeza. También podríamos decir simplemente que viene del cielo, de la presencia de Dios. Pero en realidad, la primera vez que aparece una paloma en la Biblia es para anunciar el fin del diluvio (Génesis 8,11), para traer el gozo de la liberación y de la vida nueva.
El Espíritu Santo sólo trae buenas noticias. Es enviado por el Padre como mensajero de paz y de esperanza. Por eso, al posarse sobre Jesús, está diciendo: "Esta es la buena noticia, aquí está el Salvador; éste es el que viene a liberar, a sanar, a devolver la paz y la justicia".
Cuando el Espíritu Santo aletea y se asienta en nuestro interior, nos hace experimentar el consuelo y la esperanza, nos hace levantar los ojos, nos ilumina la mirada, nos permite descubrir que en medio de tantas miserias hay algo sobrenatural que puede cambiar las cosas. Es la paloma que trae noticias de esperanza.
17/4
"Hoy quiero contemplarte, Espíritu Santo, junto al Padre y al Hijo, en esa Trinidad santísima.
Dame tu gracia para reconocer tu hermosura, ese misterio profundo de Dios.
Porque tú vives junto al Padre y al Hijo en una infinita comunicación de amor.
Así descubro que Dios es comunidad, y que cada uno de nosotros ha sido creado según ese modelo divino.
Por eso, Señor, cuando te contemplo, reconozco que no puedo vivir solo, que en lo más profundo de mí ser está el llamado a vivir con otros, en unidad y amor.
Puedo ver una vez más que nadie vive con dignidad si escapa de los demás, o si es excluido de la vida social.
Y así, Dios mío, contemplo tu misterio de amor y de unidad que puede sanar las divisiones, los egoísmos y el individualismo.
Tómame como instrumento de tu amor infinito, Espíritu Santo, para que pueda evangelizar sembrando comunión fraterna, justicia y solidaridad.
Amén."
16/4
Nosotros somos templos del Espíritu Santo. Por eso San Pablo reprochaba con
preocupación: "¿No
saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?" (1 Corintios 3,16).
Muchas veces nos sentimos indignos porque dentro de nosotros habitan muchas cosas
oscuras: rencores, malas intenciones, recuerdos dolorosos, egoísmos, etc. Entonces de alguna manera nos despreciamos a nosotros mismos. Sin embargo, la Palabra de Dios nos invita a reconocer
nuestra dignidad, porque el mismo Espíritu Santo quiere habitar en nosotros. En realidad, él ya vive en nosotros, pero quiere penetrar más y más hasta transformar e iluminar el más escondido
rincón de nuestra vida. Eso a veces nos da un poco de temor, porque no queremos ser invadidos. Sin embargo, nada malo puede hacernos el Espíritu de vida. Al contrario, donde él entra abunda la
paz, la alegría, la libertad. Es bello descubrir que él mismo, el infinito, el bellísimo, el poderoso, la pura luz, quiere habitar cada vez más dentro de mí. Yo soy pequeño, soy pobre, soy
limitado, pero el Espíritu divino desea habitar en mí. ¡Gracias Señor!
15/4
"Ven Espíritu Santo, como río de fuego,
ven como un torbellino de luz.
Ven a derramarte
como un manantial de vida desbordante.
Tú conviertes mi interior
en una pradera verde y serena
donde habita la paz.
Espíritu Santo, ven,
como un impulso de viento que renueva.
Porque eres fuerza joven,
empuje saludable de vitalidad.
Déjame entrar en tu abismo luminoso,
y bailar de alegría, y nadar
entre una multitud chispeante de estrellas.
Acaríciame con tu soplo cálido que es amor.
Ven, Espíritu Santo,
Espíritu, libertad.
Ven, no te detengas, ven..."
14/4
"Ven Espíritu Santo. Te ruego que me enseñes a orar, que me ayudes a destruir las falsas imágenes que tengo de ti. Quiero cambiar todas las costumbres y estructuras que ya no me sirvan para encontrarme contigo.
Que todo mi ser entre en tu presencia, que pueda adorarte con todo lo que soy y te permita entrar en todas las dimensiones de mi ser: en mi mente, en mi imaginación, en mis afectos, en mi cuerpo.
Entra también en mi vida cotidiana, para que te reconozca en medio de mis trabajos, mis relaciones, mis proyectos, mis límites, mis angustias, mis alegrías, mis sueños. Despierta en mi corazón el deseo de ti, alimenta con tu fuego las ansias de ti, el hambre de tu amor, el anhelo de tu amistad y de tu presencia.
Atráeme, Espíritu Santo, hacia el amor sin límites, hacia ese abismo de vida que eres tú. Llévame contigo hasta las cumbres de la vida mística, para que conozca todo lo que eres capaz de hacerme probar. Dame audacia y valentía para atreverme a esa aventura, para que puedas penetrarlo todo.
Quiero entrar en tu amistad con toda mi sinceridad, para que bañes con tu luz todo lo que vivo. Toca mi interior, mi Dios, para que viva de ti, para que sepa de verdad que en ti está la fuente de la vida.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
12/4
Pido la luz al Espíritu Santo para descubrir cuáles son mis profundas esclavitudes, qué cosas me hacen sufrir inútilmente, qué cosas me quitan la alegría de vivir, de dónde vienen las tristezas, los rencores, las insatisfacciones que llevo dentro.
Trato de enfrentar con claridad esas esclavitudes ante la mirada de Cristo, y tomo conciencia de mis planes: ¿realmente quiero liberarme de esas esclavitudes, o en el fondo prefiero seguir así?
Pido al Espíritu Santo la gracia de descubrir que él es la verdadera libertad, y me detengo a pedir con insistencia el deseo de liberarme y de recuperar el aire, el entusiasmo por vivir, las ganas de crecer y de amar, el gozo de ser amigo de Jesús.
Me imagino cómo sería mi vida cotidiana, mi trabajo, mi encuentro con los demás, si dejara que el Espíritu Santo me diera la verdadera libertad.
Trato de salir de la oración dispuesto a vivir así en cada momento.
11/4
El Espíritu Santo es amor, y por eso siembra la unidad, motiva la fraternidad, impulsa al encuentro y al diálogo. Pero para aprender a dialogar es necesario ejercitar los dones que nos regala el Espíritu Santo.
Nunca perdemos el tiempo si nos detenemos a dialogar con alguien, por más superficial que nos parezca. Siempre nos ayudará a no encerrarnos en nuestras propias ideas e intereses, nos exigirá abrir la mente y el corazón. Dialogar con los demás es una gran ayuda para nuestro crecimiento espiritual, para mantenernos psicológicamente sanos, para no evadirnos de la realidad que nos supera.
Los que vivimos en el mundo estamos llamados a encontrar a Dios en el encuentro con los demás. Porque Dios habla y ofrece su amor también en medio de la gente a la cual él mismo nos envía.
El Espíritu Santo otorga permanentemente luces e impulsos en medio de una conversación; la presencia de Cristo resucitado es tan real en medio de un encuentro fraterno como en los momentos de silencio y quietud.
Pidamos al Espíritu Santo que él nos enseñe el arte de dialogar.
10/4
"Espíritu Santo, te doy gracias por tu llamado de amor, porque me permites colaborar con tu obra y me das fuerzas para servirte. Acepto la misión que me has confiado para extender el Reino de Jesús. Quiero mirar el mundo con los ojos de Jesús, con la luz del Evangelio.
Ayúdame Espíritu Santo, a reconocer los desafíos del mundo de hoy, para que pueda ofrecer mi humilde aporte.
En un mundo que está perdiendo muchos valores preciosos, enséñame a comunicar el estilo de vida de tu Evangelio.
En un mundo donde muchos te buscan pero equivocan el camino, ayúdame a mostrar la belleza de tu Palabra con todas sus exigencias.
En un mundo donde muchos hermanos sufren injustamente la miseria y son excluidos de la vida social, transfórmame en un instrumento de solidaridad y de justicia.
En un mundo donde crecen el individualismo, la competencia y las divisiones, conviérteme en un instrumento de diálogo, de unidad y de paz.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
9/4
"Espíritu Santo, creo en ti, espero en ti, te amo. Sólo tú mereces la adoración del corazón humano y sólo ante ti debo postrarme. Sólo tú eres el Señor, glorioso, con una hermosura que ni siquiera se puede imaginar. Por eso Señor, no permitas que yo adore cualquier cosa como si fuera un dios, porque ningún ser y nada de este mundo vale tanto.
Te reconozco a ti como dueño, Señor de mi vida. No permitas que pierda la serenidad y la alegría por cosas que no valen tanto. Sólo abandonándome a ti podré sanar mis angustias, sabiendo que nada de este mundo es absoluto.
Señor mío, dame un corazón humilde y libre, que no esté atado a las vanidades, reconocimientos, aplausos. Dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor. Dame ese desprendimiento Espíritu Santo, libérame del orgullo, para que pueda trabajar buscando tu gloria.
Ven Espíritu Santo, para que pueda proclamar a Jesús como único Señor y dueño de todas mis cosas, de todo lo que vivo, de todo lo que soy y de todo mi futuro. Ven Espíritu Santo.
Amén."
8/4
Para alcanzar la verdadera libertad tengo que ser completamente sincero ante el Señor, reconocer que estoy atado a diversas esclavitudes, desenmascararlas con toda claridad, y reconocer también que todavía no estoy dispuesto a entregar esos venenos. Sólo debo comenzar pidiendo al Espíritu Santo la gracia de desear la verdadera libertad interior.
Así, poco a poco irá surgiendo el deseo profundo y sincero de entregar esas esclavitudes. Entonces el Espíritu podrá hacerme libre, para que recupere la alegría, el dinamismo, la paz. Aunque yo todavía no sepa cómo, y aunque le tenga miedo a la novedad, el Espíritu Santo se encargará de hacerme alcanzar los mejores momentos de mi vida. Porque sólo el que tiene la libertad del Espíritu puede ser auténticamente feliz.
6/4
La libertad es un sueño y un proyecto, es algo que debe ser conquistado, alcanzado poco a poco con la gracia del Espíritu Santo.
Dice San Pablo que "donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Corintios 3,17).
Santo Tomás de Aquino lo explicaba así:
"Cuanto más uno tiene la caridad tanto más tiene la libertad, porque donde está el Espíritu del Señor está la libertad. Quien tiene la perfecta caridad tiene en grado eminente la libertad" (2 Corintios, 3,17; Lect. 3).
¿Qué significa esto?
Nosotros no tenemos que comprar la amistad divina con nuestro buen comportamiento (Gálatas 2,21; 5,4). Porque esa amistad es infinitamente más grande que nuestras fuerzas. Es un regalo. Además, en el fondo, aunque no cometamos ningún pecado, no podemos liberarnos del egocentrismo del corazón con nuestras propias fuerzas (1 Corintios 4,4-5). Por lo tanto, no es tan importante el esfuerzo por cumplir cosas como el dejarse llevar por el Espíritu Santo. Si él nos llena con su gracia, el corazón se reforma, y se nos hace espontáneo hacer obras de amor; ya no hacemos las cosas buenas por obligación, o para sentirnos importantes, sino porque surgen de modo espontáneo del corazón transformado por el Espíritu. Es bello poder amar así, libremente, bajo el impulso del Espíritu Santo.
5/4
"Ven
Espíritu Santo.
Sin ti no hay vida que valga la pena.
Por eso, desde mis dudas, temores, cansancios y debilidades quiero invocarte.
Ven, Espíritu Santo, a regar lo que está seco, ven a fortalecer lo que está débil, ven a sanar lo que está enfermo.
Transfórmame, restáurame, renuévame con tu acción íntima y fecunda.
Desde mi pequeñez me convierto en mendigo confiado de tu auxilio.
Te suplico que vengas a sanarme del egoísmo, de la comodidad, del individualismo.
Libérame de las esclavitudes que enfrían el entusiasmo misionero, para que pueda evangelizar con alegría y coraje inagotable.
Amén."
4/4
"Te adoro Trinidad santísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Te adoro aunque mi mente no puede alcanzar tu misterio de amor. Te alabo y te bendigo Dios mío, y deseo entrar en esa maravillosa intimidad de tres Personas. Gloria, gloria, gloria. Toda la adoración de mi corazón se eleva a ti, Dios mío. Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo, ahora y por toda la eternidad.
Ven Espíritu Santo. Te ruego que eleves mi corazón para adorar al Padre Dios, para descubrir con gratitud que él es el Padre de Jesús, pero que también es mi Padre. Te pido que me sostengas, Espíritu Santo, para que me quede en sus brazos paternos y me deje amar por él, reposando en su santa presencia.
Amén."
3/4
Me pregunto si de verdad estoy permitiendo que el Espíritu Santo me lleve por un camino de santificación, si realmente he aceptado que la santidad también es para mí, y si he podido descubrir el tipo de santo que el Espíritu Santo quiere hacer de mí. Porque él no destruye mi personalidad, sólo quiere perfeccionarla y liberarla de sus oscuridades. No quiere que yo sea como San Francisco si eso no es lo que me va a hacer feliz. Él ama mi felicidad, y me dará la santidad que me permita ser plenamente feliz, liberado de mis tristezas, miedos, amarguras e insatisfacciones. Pero para eso necesita llegar al fondo, al corazón, y lograr que mis intenciones más profundas sean claras, generosas, sanas y liberadoras.
Por eso, me hago íntimamente las siguientes preguntas, pidiendo la luz del Espíritu:
¿Para qué me levanté esta mañana: para sobrevivir, para cumplir, para alcanzar placeres, para obtener éxito o fama, para ser bien visto, para demostrar quién soy, o para la gloria de Dios y la felicidad de los demás?
¿Cuáles son las segundas intenciones o las intenciones ocultas, no tan santas, que suelen moverme a decir ciertas cosas, a tomar ciertas decisiones, a hacer algunas cosas?
¿Cómo cambiaría mi vida si las verdaderas intenciones de mi corazón fueran siempre buscar la gloria de Dios y el bien de los demás?
2/4
Hay personas que aparentemente son cristianas, oran, van a Misa, hablan muy bien del Señor, pero en su corazón, en la verdad secreta de su interior, en realidad no buscan a Dios, y al mismo tiempo que rezan, pueden estar planeando destruir a alguien, o maquinando la manera de dominar a los demás, o alimentando odios, o pensando sólo en su propio bien.
Es allí, en esas intenciones escondidas, donde quiere entrar el Espíritu Santo; eso es precisamente lo que más le interesa, porque todo lo demás puede ser cáscara, apariencia, mentira; porque muchas veces la porquería del corazón se disfraza de buenas obras y de bellas palabras: "Satanás se viste de ángel de luz" (2 Corintios 11,14).
Ya decían los Proverbios que "lo que más hay que cuidar es el corazón"(Proverbios 4,23). Y por eso mismo afirmaba San Pablo que puedo entregar mi cuerpo a las llamas, o repartir mis bienes, o hacer maravillas, pero que todo eso de nada sirve si no hay amor en el corazón (1 Corintios 13,1-3). Nada vale si mi intención más profunda no es el amor al hermano.
Pídele al Espíritu Santo que destruya todas las intenciones torcidas de tu interior y que te llene de su presencia, para que, entonces, puedas hacer todo por amor. Eso le dará un sentido precioso a todo lo que hagas.
29/3
"Una vez más quiero llegar ante ti, Espíritu Santo.
Aquí estoy, pequeño, pero importante porque tú me amas.
Débil, pero firme en la esperanza.
Preocupado por el sufrimiento de muchos hermanos, pero ofreciéndome para acompañarlos en su camino.
Inmerso en un mundo competitivo, pero dispuesto a la comunión y al perdón.
Conmocionado por la pérdida de valores, pero anunciando un mensaje que cambia los corazones.
Aquí estoy invocándote, Espíritu Santo.
Sopla, para que se desplieguen las velas de mi barca y me atreva a remar mar adentro.Ven Espíritu Santo.
Amén."
28/3
El Espíritu Santo es el término, el fruto del amor entre el Padre y el Hijo, y por eso es el gran regalo que nos hacen el Padre y el Hijo, derramándolo en nuestros corazones.
El Espíritu que el Padre y el Hijo nos regalan es también el principio de nuestra santificación.
Por eso San Buenaventura considera que el Espíritu Santo es la Persona que se relaciona más directamente con nosotros, y de algún modo es el "más inmediato" a nosotros, el más íntimo (1 Sentencias, 18,5, ad 3). Él es quien, poco a poco, puede hacernos verdaderamente santos.
Por eso la Escritura habla del "Espíritu de la gracia"(Hebreos 10,29), o de "la acción santificadora del Espíritu"(2 Tesalonicenses 2,13; 1 Pedro 1,2). Él es quien nos va convirtiendo en nuevas creaturas, y va reformando poco a poco los aspectos enfermos de nuestra limitada existencia.
¿Qué es lo que quisieras que el Espíritu Santo cambiara en tu vida?
¿Qué tipo de santidad te gustaría alcanzar?
27/3
Sería bueno que estuviéramos más atentos a todo lo que el Espíritu Santo siembra en el mundo, en todas partes, aun en aquellos que no tienen fe. El Señor nos invita a un diálogo con el mundo, y nos propone también descubrir los signos de esperanza que hay a nuestro alrededor. No todo está perdido, porque el Espíritu Santo actúa siempre y en todas partes; y aun a pesar del rechazo de los hombres, él logra penetrar con sutiles rayos de luz en medio de las peores tinieblas.
Entonces, la actitud del hombre del Espíritu no es la de señalar permanentemente lo corrupto, sino también la de descubrir y alentar los signos de esperanza.
Ojalá cada uno de nosotros pueda dar un paso maravilloso: salir de la tristeza, de la queja amarga, del rencor, y tratar de descubrir qué ha sembrado el Espíritu Santo en sus amigos, en sus vecinos, en su lugar de trabajo, en su comunidad. Y dedicarse a fomentar, a alentar esos signos de esperanza.
¡Cuánto bien hacen esas personas que son capaces de descubrir y de estimular las cosas buenas que hay a su alrededor! Más que luchar por destruir las sombras, se desviven por alimentar la luz. Y a través de ellos el Espíritu Santo se derrama como lenguas de fuego.
25/3
Hoy celebramos la anunciación del ángel a María. Esto significa que estamos celebrando el momento en que el Hijo de Dios se hizo hombre en el vientre de la Virgen santa.
Pero eso es obra del Espíritu Santo (Lucas 1,35).
Por eso, hoy festejamos esa acción maravillosa del Espíritu Santo que fue formando a Jesús dentro de María. La encarnación del Hijo de Dios debería llevarnos a una tierna gratitud y a una profunda alabanza al Espíritu Santo por esa obra tan preciosa.
Es bueno recordar que toda la belleza de Jesús, de su mirada, de sus palabras y de sus acciones, ha sido obra del Espíritu Santo, que lo formó admirablemente.
Por eso, nosotros podemos pedirle al Espíritu Santo que nos forme de nuevo en el seno de María, para renacer a una vida mejor, transformados, embellecidos, y liberados de todo lo que arruina nuestra existencia. De esa manera, él nos hará nacer de nuevo, más parecidos a Jesús.
22/3
El Espíritu Santo es el amor que une al Padre y al Hijo, y por eso es el que realiza también la unidad entre nosotros. Él es quien derrama el amor en nuestros corazones (Romanos 5,5) para que podamos amar de verdad, construir puentes sobre los ríos que nos separan, destruir las barreras que nos dividen.
Es importante darse cuenta de la relación tan íntima que hay entre el Espíritu Santo y cada acto de amor que nosotros hacemos. Cuando estoy amando a un hermano estoy haciendo una experiencia de la Persona del Espíritu, estoy poseyéndolo y gozando de un modo particular a ese Amor que es el término infinito de esa inclinación de amor que hay entre el Padre Dios y su Hijo.
Es difícil entenderlo, pero es maravilloso tratar de vivirlo, reconocer la proyección infinita que tiene un solo acto de amor sincero.
20/3
"Espíritu Santo, toma mis ojos. Mis ojos tentados por la curiosidad. Mis ojos que juzgan y condenan, que controlan, que envidian. Incapaces de contemplar la verdad sin miedo. Toma mis ojos, y conviértelos en admiración, ternura, disculpa, compasión. Coloca en ellos la mirada de Cristo.
Espíritu, toma mis oídos, que sólo escuchan lo que les conviene, o que se atontan escuchando todos los ruidos del mundo. Mis oídos cerrados al hermano, incapaces de escuchar la Palabra que invita al cambio. Toma mis oídos y conviértelos, para que sean acogedores, y escuchen con amor al hermano; llenos de sensibilidad, de apertura, atentos a la voz del buen Pastor, sensibles al susurro amable de Cristo.
Espíritu Santo, toma mi boca, usada muchas veces para reprochar, ironizar, criticar, mentir, para quejarse, para murmurar. Tómala Espíritu, y conviértela en un lugar de canción, de aliento, de perdón. Hazla capaz de decir la palabra justa, el consejo justo, las palabras fecundas de amor sincero, las palabras que diría Cristo. Y ábrela en un himno de alabanza al Resucitado."
18/3
"Me regocijo en ti, infinito y glorioso Espíritu.
Tú que penetras en lo más íntimo de mi ser, sana las raíces de mi tristeza profunda.
Llega hasta el fondo de mis males para que pueda recuperar la verdadera alegría.
Eso espero de tu amor, mi Señor poderoso.
No dejes que me entregue en los brazos enfermos de la melancolía, no permitas que beba del veneno de los lamentos, las quejas, el desaliento. No valen la pena.
Dame una mirada positiva y optimista.
Convénceme, con un toque de tu gracia, de que la entrega generosa es el mejor camino.
Hazme probar el júbilo de Jesús resucitado.
Dame la potencia de tu gracia para que todo mi ser sea un testimonio del gozo cristiano.
Me entrego nuevamente a ti, Espíritu Santo, para servir a Jesús en los hermanos. Quiero estar bien dispuesto para lo que tú quieras y como tú quieras, para enfrentar cualquier desafío e iniciar nuevas etapas. Ven Espíritu Santo.
Amén."
16/3
El Espíritu Santo quiere hacerse presente en todos los momentos de nuestra vida, no sólo en los instantes de gozo y bienestar, sino también cuando las cosas no van bien, cuando nos sentimos inquietos, inseguros, tristes o perturbados por los problemas que tenemos con los demás o por las cosas que no nos gustan en las actitudes ajenas.
Porque en la vida de todos los días también hay oscuridad y vacío, no todos los momentos ni todas las experiencias son luminosas y felices. Cuando vemos en el mundo tantas pequeñeces humanas, intereses egoístas, falsedades, incomprensión y envidias, se hace muy difícil reconocer allí una presencia de Dios que sea alimento y luz. Muchas veces tenemos esa sensación de que todo es falso, superficial, pura apariencia, engaño y vanidad.
Pero tenemos que recordar que Dios creó este universo, que el Espíritu Santo está en todas partes, que él actúa en medio de la debilidad de los seres humanos, que nos llamó a vivir como hermanos y no a despreciarnos; que tenemos una misión que cumplir para el bien de los demás en lugar de escapar del mundo.
Podemos convencernos de eso, para no aislarnos del mundo. Pero al mismo tiempo, todo eso que nos deja sensación de vacío, nos invita a buscar algo más profundo, a tratar de no caer en la superficialidad. Tenemos que estar en el mundo sin ser del mundo, y poner en el mundo el amor, la entrega, la fidelidad y la honestidad que no encontramos. Eso no significa dejarnos llevar por la negatividad; porque si vivimos mirando lo malo, nos convertiremos en seres impacientes, incapaces de comprender, y entonces tampoco le aportaremos algo bueno a la sociedad. Para eso necesitamos invocar al Espíritu Santo, de manera que no nos dejemos llevar por la negatividad y siempre actuemos en positivo.
15/3
Me pregunto si en mi oración personal están realmente incorporadas las tres Personas de la Trinidad, si invoco al Espíritu y me dejo llevar por él hacia Jesús y hacia el Padre.
Puedo hacerlo así: Imaginar a Cristo y detenerme a contemplar la herida de su corazón. Reconocer el amor inmenso que se expresa en esa herida: "Me amó y se entregó por mí" (Gálatas 2,20). Así, le pido que desde ese corazón abierto derrame en mi vida el fuego del Espíritu Santo.
Imagino al Espíritu que brota para mí, y penetra en mí, desde el corazón de Jesús resucitado.
Luego, poco a poco, le entrego al Espíritu Santo todas las áreas de mi ser: mis pensamientos, mi cuerpo, mi imaginación, mis deseos, mis planes, etc. Pido que derrame su luz y su fuego purificador en todos los detalles de mi existencia y que me haga más parecido a Jesús en mis reacciones, palabras, actitudes, etc.
Después le pido la gracia de entrar con confianza en el corazón de Cristo para que allí se sanen todas mis heridas, se sacie mi necesidad de amor, se llenen de luz y de vida todas las cosas buenas que pueda haber en mí y se quemen todas las semillas del mal.
Sintiéndome profundamente unido a Jesús, digo la oración que Jesús nos enseñó, el Padrenuestro, tratando de expresarla con los mismos sentimientos que tiene Jesús hacia el Padre, y dejando que el Espíritu grite en mí "¡Padre!".
14/3
"Ven Espíritu Santo, para que aprenda a vivir con libertad interior.
Ayúdame a desprenderme de mis planes cuando la vida me los modifique.
Toca mi corazón para que confíe en tu protección amorosa.
Serás mi poderoso salvador en medio de toda dificultad.
Derrama en mí tu vida, intensa y armoniosa, para que no me resista al cansancio, al desgaste, a los cambios, y para que no busque falsas seguridades.
Enséñame a aceptar con serenidad y fortaleza los límites variados de cada día y las cosas imprevistas.
Libérame de toda resistencia interior contra la realidad.
Ayúdame a confiar, Espíritu Santo, sabiendo que también de los males puedes sacar algo bueno.
Enséñame a vencer mis nerviosismos y tensiones, para enfrentar con calma y seguridad interior todo lo que me suceda.
Destruye toda desconfianza para que pueda descansar en tu presencia, entregarme en tus brazos, sin pretender escapar de tu mirada de amor.
Vive conmigo Señor, enfrenta conmigo los desafíos y las dificultades que ahora tengo que resolver.
Porque contigo todo terminará bien.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
13/3
¿Le falta Espíritu a tu familia? ¿Le falta Espíritu a tu lugar de trabajo? ¿Le falta Espíritu a tu barrio?
Entonces estás llamado a realizar dos cosas: En primer lugar, a invocar insistentemente al Espíritu Santo para que se haga presente allí, en cada persona y en cada tarea, de manera que vuelva a reinar el diálogo, el entusiasmo, la paz y la alegría.
Pero no basta orar, porque el Espíritu Santo no quiere que seamos pasivos. Es necesario que le ofrezcamos alguna cooperación de nuestra parte, porque él nos regaló muchas capacidades que podemos utilizar para cambiar las cosas: nuestra imaginación, nuestros intentos, los gestos que podamos realizar, las palabras que podamos decir.
El Espíritu Santo quiere que seas su instrumento para que, como decía Francisco de Asís, allí donde haya odio pongas el amor,u donde haya ofensa pongas el perdón, donde haya tristeza pongas alegría, y donde haya tinieblas pongas su luz divina.
12/3
En el movimiento de atracción que realiza el Espíritu Santo, él va reformando nuestro ser enfermo y nos va haciendo cada vez más parecidos a Jesús; va logrando que nuestra forma de pensar, de actuar, de reaccionar, de mirar, sea cada vez más parecida a la de Jesús, hasta que podamos decir: "ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20).
Y si esto es así, el Espíritu va despertando en mi corazón la fascinación que tenía Jesús por el Padre Dios, su amor y su admiración por el Padre. Por eso, el Espíritu nos hace clamar Padre junto con Jesús (Gálatas 4,6; Romanos 8,15).
El Espíritu Santo, que es inseparable del Padre y del Hijo, y que todo lo recibe de ellos, está siempre pendiente de ellos dos como un infinito enamorado; por eso, no nos hace quedar en su Persona, sino que desea imperiosamente llevarnos a Jesús y al Padre.
Comentarios
11/3
Es maravilloso pensar que el corazón humano del Señor Jesús está lleno, repleto de la luz, del fuego, del agua del Espíritu Santo. Y de ese Corazón sagrado, abierto por la lanza, brota para nosotros el manantial sublime del Espíritu. Si leemos el Evangelio de Juan, allí nos encontramos a Cristo prometiendo saciar nuestra sed con el agua del Espíritu que brota de su ser (Juan 7,37-39). Y luego, en la cruz, vemos que es el costado herido del Señor la fuente del agua viva (Juan 19,34). Pero a la vez, el Espíritu que brota de ese Corazón, nos envuelve y nos hace entrar en el misterio de amor de ese Corazón que quema. San Buenaventura lo expresaba con intensa belleza: "Tu corazón fue herido Señor, para que tuviéramos una entrada libre... Y fue herido también para que por esa llaga visible pudiéramos ver la herida invisible del amor. Porque quien arde de amor, de amor está herido... Abracémonos a nuestro amado... Roguémosle que encienda nuestro corazón y lo ate con los dulces lazos de su amor, y que se digne herirlo con sus dardos quemantes... Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer quien lo recibe; y nadie lo recibe sino el que lo desea, y nadie lo desea si no lo inflama en su intimidad el Espíritu Santo"
Vida Mística 4,5-6; Itin. 7,2
9/3
San Isidoro es uno de los Padres de la Iglesia, que la enriquecieron en los primeros siglos del cristianismo. El nos dejó una hermosa oración, que podemos repetir para alimentar la confianza en el Espíritu Santo y comprometernos por un mundo más justo:
Aquí estamos Señor, Espíritu Santo. Aquí estamos en tu presencia. Ven, y quédate con nosotros. Dígnate infundirte en lo más íntimo de nuestros corazones. Enséñanos en qué tenemos que ocuparnos, hacia dónde tenemos que dirigir nuestros esfuerzos. Haznos saber lo que tenemos que realizar, para que con tu ayuda podamos agradarte en todo. Sé tú solo quien inspires y lleves a feliz término nuestras decisiones.
Espíritu Santo, tú solo, con Dios Padre y su Hijo, posees el nombre glorioso. No permitas que seamos perturbadores de la justicia, Tú que amas la equidad en sumo grado. Que la ignorancia no nos arrastre al mal, ni nos desvíe el aplauso, ni nos corrompa el interés del lucro, o la preferencia de personas. Antes bien, únenos a ti de modo eficaz por el don de tu gracia. Que seamos uno en ti y en nada nos apartemos de la verdad. Y por hallarnos reunidos en tu nombre podamos mantener en todo la justicia, guiados por el amor, para que aquí y ahora no nos separemos en nada de ti..."
8/3
Si hago un repaso de las distintas tareas que realizo, o de las cosas que hago y vivo durante la semana, puedo descubrir que algunos de esos momentos están llenos de espíritu. ¿Qué significa esto?
Tener espíritu no es simplemente hacer algo con ganas o con gusto; el asunto es que podamos vivir las cosas con profundidad, con un sentido. Por ejemplo, una enfermedad a nadie le gusta, pero se puede vivir sin sentido, o se puede vivir con profundidad.
Por eso es bueno detenerse cada tanto a descubrir si en la propia vida hay algunas cosas que no tienen espíritu, porque las hago sólo por obligación, porque no les encuentro sentido, porque me parece que no valen la pena, y sobre todo porque las hago sin amor.
Entonces, habrá que pedirle al Espíritu Santo que se haga presente allí para derramar su luz. Porque cuando lo dejamos entrar, él se hace presente y todas las cosas tienen sentido. Así, la vida deja de ser un conjunto de cosas que toleramos, y empezamos a vivirla a fondo.
7/3
Cuando imaginamos al Espíritu como viento, dejemos espacio a la fantasía.
"El viento hincha las velas y empuja la barca; juega con las arenas del desierto derribando y remodelando dunas; encrespa y hace retumbar las olas del mar; transporta nubes y polen; ruge, silva, se calla... Dejémonos conducir o arrebatar por el Espíritu como por un viento" (Luis Alonso Schökel).
A veces queremos estar demasiado cómodos, y por eso preferimos que el Espíritu Santo no se meta demasiado en nuestra vida; queremos que todo se quede como está y que no haya sobresaltos. Pero eso es elegir la muerte.
Mejor dejemos que el Espíritu Santo nos lleve donde él quiera, y la vida tendrá mucho más sabor. Dejémonos llevar por el viento del Espíritu, y todo será mucho más interesante que resistirnos y defendernos.
6/3
Recuerdo los momentos en que no disfruto algo que tengo entre manos porque estoy acelerado, pensando en otras cosas, y me imagino cómo sería un día de mi vida si me detuviera a vivir plenamente cada momento.
Pido al Espíritu Santo que me libere de la ansiedad, y me detengo a vivir este momento, como si fuera el último de mi vida, sabiendo que es tan importante como lo que pueda hacer después. Entonces, me pongo a hacer una tarea con todo mi ser, ofreciéndola al Señor.
Pido al Espíritu Santo que me impulse a evangelizar, que me quite el miedo y la vergüenza, y le ruego que se manifieste con poder a través de mí, que me regale valentía para reconocer mi fe, para hablar de Cristo a los demás, para expresar la alegría de haberlo encontrado. Y me imagino concretamente alguna situación en la que podré hacerlo.
Hago una lista de los carismas que puedo descubrir en mi persona, todas las capacidades que el Espíritu puso en mí para brindar algo a los demás. Doy gracias al Espíritu Santo, que sembró en mí esos carismas, e intento ver cómo podría ejercitarlos mejor para bien de los demás.
Es importante incluir aquí todo tipo de carismas, aun los que parecen más insignificantes: la capacidad de dar alegría con una sonrisa, la capacidad de tocar un instrumento musical, de dibujar, etc. Entonces, tomo la decisión de ejercitar esos carismas hoy mismo, para gloria del Espíritu Santo que me los ha regalado.
5/3
Para que el Espíritu Santo pueda hacer maravillas en nuestra vida, es necesario que estemos de verdad abiertos a su acción. Pero, ¿qué significa estar abiertos a la acción del Espíritu Santo?
Significa dejar que nos cambie los planes, que nos lleve donde quiera, y sobre todo significa desearlo, buscarlo siempre más, no estar nunca conformes, no creer que ya lo hemos conocido suficiente.
No hay que pensar que ya no puede haber novedades en nuestra relación con él, que ya lo hemos probado todo. No es así. Él es siempre nuevo, siempre deslumbrante, siempre sorprendente.
Nunca podemos decir que ya sabemos encontrarnos con él, porque él supera infinitamente todas nuestras experiencias. Él es siempre mucho más rico y lleno de hermosura de lo que nosotros podemos llegar a imaginar. Por eso cada día somos mendigos de su amor y de su presencia.
Él está indicándonos un nuevo camino para encontrarnos con él. Y a través de las nuevas experiencias de la vida, también de las crisis, él nos va abriendo los senderos para descubrir algo que nunca habíamos experimentado. Él siempre está insinuando en el corazón una nueva invitación de amor. Vale la pena escucharlo.
4/3
"Espíritu Santo, que eres la fuente inagotable de todo lo que existe, hoy quiero darte gracias. Gracias ante todo por la vida, por el fascinante misterio de existir. Porque respiro, me muevo, corre sangre por mi cuerpo, mi corazón late. Hay vida en mí. Gracias. Gracias porque a través de mi piel y mis sentidos puedo tomar contacto con el mundo, porque puedo percibir los seres que has creado a mi alrededor.
Porque el aire roza mi piel, siento el calor y el frío, percibo el contacto con las cosas que toco. Gracias porque mi pequeño mundo está repleto de pequeñas maravillas que no alcanzo a descubrir. Me rodeas y me envuelves con tu luz.
Gracias, Espíritu Santo. Amén."
2/3
La acción del Espíritu Santo se caracteriza por la alegría, el entusiasmo. Es el gozo de los discípulos de Emaús que sintieron "arder su corazón" junto a Cristo y por eso salieron a comunicarlo a los demás: "Es verdad, ¡el Señor resucitó!" (Lucas 24,34).
Todo el libro de los Hechos muestra con abundantes ejemplos lo que es esa poderosa evangelización "en el Espíritu Santo". Vale la pena leerlo y dejarnos contagiar por ese entusiasmo evangelizador.
Allí vemos cómo los evangelizadores estaban llenos de los dones del Espíritu para poder llegar a los demás.
Porque para la obra evangelizadora, y para cualquier otra tarea, el Espíritu derrama admirablemente multitud de dones que nos enriquecen para prestar un buen servicio a los hermanos: son los carismas (1 Corintios 12).
Hay muchos y distintos carismas en cada uno de nosotros, y todos tenemos el derecho y el deber de ejercitar nuestros carismas, cualesquiera sean. Pero el discernimiento de los pastores permite descubrir si el carisma es auténtico y si se lo está ejercitando sanamente (Gálatas 2,2).
Es bueno pedirle al Espíritu Santo que nos haga descubrir nuestros propios carismas, todo lo que él nos ha regalado para servir a los demás. Porque sería una pena desaprovechar esa riquezas.
1/3
Hay un trabajo donde el Espíritu Santo actúa de una manera especialísima: es la tarea evangelizadora. Cuando alguien trata de llevar a otros el mensaje de Cristo, en una visita casa por casa, en una tarea en la parroquia, en la oficina, etc., allí el Espíritu Santo quiere hacerse presente con su luz y su poder para plantar el Evangelio, para que Cristo habite en los corazones.
Por eso, el que dedica parte de su vida, o todas sus energías a anunciar el Evangelio, experimenta de una forma especial la vitalidad, la profundidad, el fuego que el Espíritu Santo nos puede regalar. Pero hay que dejar la cómoda orilla y arrojarse "mar adentro" (Lucas 5,1-11), venciendo los miedos (Marcos 4,35-41) y con la mirada en Cristo (Mateo 14,22-33). Así se prueba el gozo de decir a los demás que "hemos encontrado al Mesías" (Juan 1,41.45).
29/2
“Cada vez que en la oración nos dirigimos a Jesús, es el Espíritu Santo quien, con su gracia preveniente, nos atrae al camino de la oración. Y ya que él nos enseña a orar recordándonos a Cristo, ¿cómo no dirigirnos también a él orando? Por eso la iglesia nos invita a implorar todos los días al Espíritu Santo, especialmente al comenzar y terminar cualquier acción importante… El Espíritu Sato, cuya unción impregna todo nuestro ser, es el Maestro interior de la oración cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica, 2670.2672).
Por todo esto, si no sabemos orar, lo mejor es pedirle al Espíritu Santo que no enseñe, que nos estimule, que nos impulse y nos llene de deseos de orar. Él puede poner en nuestra boca lo que tenemos que decir, y a veces ni siquiera hacen falta palabras. Muchas veces el Espíritu Santo nos mueve a expresarnos con el llanto, con una melodía, con un lamento, con un suspiro. Dejemos que sea él quien nos enseñe a orar.
28/2
El ser humano tiene también la capacidad de hacer cosas, de prolongarse en una obra, y también allí puede derramarse el Espíritu Santo para que lo vivamos de otra manera.
El Espíritu, que infunde dinamismo, también influye en nuestras actividades, en nuestro trabajo, en todo lo que hacemos, no sólo para que podamos hacerlo bien, sino para que esas actividades enriquezcan nuestra vida, para que no sean un peso o una simple obligación. Es decir, el Espíritu Santo puede hacer que esas actividades tengan un sentido, un "para qué" profundo que nos permita hacerlas con interés, con cierto gusto, y que nos sintamos fecundos en esa actividad. Podemos hacer algo por necesidad, o "porque sí", pero también podemos hacerlo como una ofrenda de amor al Señor, o como un acto de amor a los hermanos, a la Iglesia, a la sociedad, o podemos ofrecerlo al Señor por nuestra santificación, o pidiéndole algo que deseamos alcanzar, o uniéndonos con ternura a la Pasión de Cristo, etc. Esto permite que no sólo nos sintamos bien cuando descansamos, sino también cuando trabajamos.
27/2
El Espíritu Santo es Dios. Por eso podemos dirigirnos a él con estas hermosas palabras de los Salmos:
"Señor, qué precioso es tu amor. Por eso los humanos se cobijan a la sombra de tus alas, se sacian con tu hermosura y calman la sed en el torrente de tus delicias" (Salmo 36,8-9).
"Dios mío, yo te busco, mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela como una tierra reseca y sedienta... Tu amor vale más que la vida, mis labios te adoran. Yo quiero bendecirte en mi vida y levantar mis manos en tu nombre. Y mi alma se empapará de delicias y te alabará mi boca con cantos jubilosos... Me lleno de alegría a la sombra de tus alas. Mi alma se aprieta contra ti, y tú me sostienes" (Salmo 63,2-9).
"Señor, en ti me cobijo, no dejes que me quede confundido. Recóbrame con tu amor, líbrame" (Salmo 31,2).
"Es bueno darte gracias, Señor, y cantar a tu nombre, anunciar tu amor por la mañana y tu fidelidad cada noche" (Salmo 92,2-3).
26/2"Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos del mundo, Cristo pertenece al pasado, el Evangelio son palabras muertas, la Iglesia, una organización más, la autoridad, una tiranía, la misión, pura propaganda, el culto, un simple recuerdo, el obrar cristiano, una moral de esclavos.
Con el Espíritu Santo, Dios late en un mundo que se eleva y gime en la infancia del Reino, Cristo ha resucitado y vive hoy el Evangelio es potencia de vida, la Iglesia, comunión trinitaria, la autoridad, servicio liberador, la misión, permanente Pentecostés, el culto, celebración y anticipo del Reino, el obrar humano, realidad divina".
Consejo mundial de las Iglesias, Uppsala 1968
20/2
Ven Espíritu de amor. Todo mi ser ha sido creado para amar, pero muchas veces elijo el egoísmo.
Yo sé que todo lo que me regalas es para que lo comparta. Tú quieres llenarme de cosas bellas para que sea como un cántaro que sacie la sed de los demás.
Me has elegido para que comunique un poco de felicidad a los hermanos. Pero me cuesta compartir mis cosas y dar mi tiempo a los hermanos.
Abre mi corazón egoísta, Espíritu de amor, para que pueda disfrutar dándome a los demás.
No dejes que me prive de esa alegría de un corazón generoso. No dejes que me quede encerrado sólo en mis propias preocupaciones y ayúdame a descubrir a Jesús en cada hermano.
Ven Espíritu Santo. Amén
19/2
"Espíritu Santo, quiero vivir en tu paz, gozar de tu amor cada día, y entregarme a la vida con entusiasmo.
Pero tú sabes que guardo dentro de mí rencores y resentimientos que he tratado de ocultar.
Hoy te pido la gracia de liberarme, Espíritu Santo. Derrama en mí un profundo deseo de perdonar, de vivir en paz con todos y de comprender profundamente las agresiones y desprecios de algunas personas.
Ayúdame a descubrir sus sufrimientos y debilidades para poder mirarlos con ternura y no juzgarlos por lo que me hacen.
Regálame la gracia de comprender y bendecir a los que me ofenden, persiguen y desprecian, alabándote por ellos, que son tuyos.
Derrama en mí un espíritu de profunda tolerancia.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
16/2
Sabemos que en toda la Escritura la palabra espíritu habla de dinamismo. Y si el Espíritu Santo tiene ese nombre es porque él derrama vida en movimiento, impulsa hacia adelante, no nos deja estancados o inmóviles. Él sopla, mueve, arrastra, libera de todo acomodamiento y de toda inmovilidad. Por eso mismo también en el Nuevo Testamento se lo asocia con el simbolismo del viento: Se dice que así como el viento sopla donde quiere, así es el que nace del Espíritu (Juan 3,8). Cristo resucitado sopla cuando derrama el Espíritu en los discípulos (Juan 20,22) y los impulsa hacia una misión. Por eso no es casual que se asocie el derramamiento del Espíritu en Pentecostés, sacándolos del encierro, con una ráfaga de viento impetuoso (Hechos 2,2).
El mismo impulso del Espíritu Santo nos lleva a buscar siempre más. En su carta sobre el tercer Milenio, el Papa atribuye particularmente al Espíritu la construcción del Reino de Dios "en el curso de la historia", preparando su "plena manifestación" y "haciendo germinar dentro de la vivencia humana las semillas de la salvación definitiva" (TMA 45b).
Por eso no sólo esperamos llegar al cielo, sino que deseamos vivir en esta vida algo del cielo.
No podemos ignorar que el Nuevo Testamento no habla sólo del Reino que ya llegó con Cristo, o del Reino celestial que vendrá en la Parusía, sino también del Reino que va creciendo (Marcos 4,26-28; Mateo 13,31-33; Efesios 2,22; 4,15-16; Colosenses 2,19). Y si va creciendo, esperamos que el Espíritu Santo nos ayude para ir a crear un mundo cada vez mejor.
14/2
Espíritu Santo, yo no quiero desperdiciar tus dones, no quiero desaprovechar los impulsos de tu gracia.
Tengo a mi disposición la vida nueva de la Resurrección y el poder de tus impulsos.
No quisiera desgastarme en lamentos y quejas. Tú me sostienes, tú me das vida, contigo puedo correr sin fatigarme. Pero a veces me desgastan mi desconfianza, mi tristeza, mi melancolía, mis miedos, mis fracasos, las contradicciones que encuentro, mis insatisfacciones. Ayúdame a renunciar a todo eso, Espíritu de vida, para que despliegues en mí toda tu gloria.
Late conmigo, Señor, vive conmigo, respira conmigo, lléname de fervor y de entusiasmo. Coloca en mi corazón el anhelo de ser fecundo para ti, de ser útil. Dame el sueño de producir algo bueno para este mundo, el deseo de dejarlo mejor que como lo he encontrado.
Sana toda pereza, toda indiferencia, todo desánimo, para que no te ofenda con pecados de omisión. Que pueda levantarme cada mañana con intensos deseos de hacer el bien a los demás. Ayúdame a descubrir mejor mis talentos, para gastar bien mis energías.
Dios, potente y fuerte, que todo lo sostienes, mira mi debilidad y penetra todo mi ser con ese poder que no tiene límites.
Ven Espíritu Santo, fortalece cada fibra de mi cuerpo y de mi interior. Así yo sé que nada podrá derribarme, porque ningún poder humano, ninguna enfermedad y ninguna dificultad pueden ser más fuertes que tu amor.
Ven Espíritu Santo, infunde tu dinamismo en mis acciones, inunda de vitalidad todo mi ser.
Tómame Señor, una vez más, para derramar tu poder y tu luz en el mundo.
Ven Espíritu Santo. Amén
12/2
Puede suceder que a lo largo de una oración descubramos que la causa de nuestros miedos es una mala experiencia que hemos tenido y que está siempre reapareciendo en nuestros recuerdos. Entonces, tendremos que detenernos cada día a pedir al Espíritu Santo que sane ese recuerdo, que derrame su poder, que nos regale una firme confianza para que esa herida sane y cicatrice.
Algo que puede ayudarnos, es atrevernos a revivir con la imaginación la escena en que tuvimos un fuerte dolor, y hacer presente a Cristo en ese momento abrazándonos, rescatándonos, liberándonos de ese problema, arrancándonos de ese lugar.
Y si no conocemos la raíz profunda, la causa de nuestros temores, pidamos al Espíritu Santo que él se apodere de nuestro grito interior que no sabe expresarse, que él se exprese de un modo liberador.
Porque "el Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, ya que nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Romanos 8, 26)
10/2
"Te doy gracias, Espíritu Santo, porque tú inspiraste la Palabra de Dios.
Porque esa Palabra ilumina mi camino y me da vida. Porque en esta Palabra me estás diciendo lo que más necesito.
Derrámate en mí, Espíritu Santo para que pueda comprenderla y me deje transformar por ella. Quiero ser un testigo que anuncie la Palabra con seguridad y convicción, con amor y alegría.
Por eso, Espíritu Santo, dame tu gracia para que pueda orar con esa Palabra, para que se haga carne en mi vida. Así podré anunciarla con mis palabras y mis gestos, con todo mi ser.
Tú que eres el maestro interior, toca los corazones de todos los que la escuchen, para que encuentren en ella la respuesta a sus inquietudes, para que se enamoren del Evangelio y lo vivan cada día.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
9/2
Ven Espíritu Santo. Hoy te pido que sanes mi miedo al fracaso. Quiero confiar en ti, sabiendo que todas mis tareas de alguna manera terminan bien si dejo que las bendigas y las ilumines. Bendice con tu infinito poder todos mis trabajos y tareas.
Dame claridad, habilidad, sabiduría, para hacer las cosas bien, con toda mi atención, mis capacidades y mi creatividad. No dejes, Espíritu Santo, que descuide mis trabajos, que me deje llevar por la comodidad o el desaliento. Tómame para que pueda ver qué hay que hacer en cada momento, y capacítame con tu poder.
Quiero trabajar firme y seguro con tu gracia. Sé que con tu ayuda todo terminará bien, y que si cometo algún error, también de eso sacarás algo bueno para mi vida.
Ven Espíritu Santo.
Amén.
8/2
Para vivir bien es sumamente importante que pidamos la luz del Espíritu Santo y enfrentemos con coraje y sinceridad nuestros miedos, aunque precisamente nos cause terror encontrarnos con nuestros propios miedos.
Porque cuando uno esconde sus temores, o pretende apagarlos sólo haciendo fuerza, pero sin mirarlos de frente, puede llegar a olvidar lo que le causaba miedo, pero ese temor no se va. Se convierte en un miedo etéreo, difuso, presente a cada momento, que se deposita en cualquier cosa; y así ya no sabe bien a qué le tiene miedo, y comienza a sentir temor por cualquier cosa, a perder la alegría de la vida sin saber bien por qué.
De ahí que sea muy sano ponernos en oración, invocar con deseos al Espíritu Santo, y decirle, en voz alta, a qué le tenemos miedo, reconocerlo sin vueltas. Luego, tratar de ir despertando poco a poco la confianza en la acción del Espíritu, ofreciéndole cada área de nuestra vida, pidiéndole que él se apodere de todos los sectores de nuestra existencia con su poder infinito.
Imaginemos cómo el Espíritu Santo, con su luz, su potencia y su fuego, va dando firmeza a esas partes frágiles que quisimos sostener sólo con nuestras pobres fuerzas humanas.
7/2
Ven Espíritu Santo, dame un corazón simple que sea capaz de darlo todo, pero dejándote a ti la gloria y el honor. Sana ese desgaste que sufrí por haber pretendido complacer a todos. Libérame de la ansiedad que me enferma, por querer lograr la aprobación de todos. Quiero aceptar a Jesús como Señor de todo mi futuro y de todos mis planes.
Ven Espíritu Santo. Que todo suceda como te parezca mejor. Muéstrame interiormente que yo no soy un dios y que no puedo construir el futuro sólo con mi mente pequeña y limitada, con mis pobres fuerzas. Ayúdame a ver lo bello que es depender de ti, dejando cada cosa en tus manos.
En ti seré fuerte, Espíritu Santo. Tú eres Dios. Tú me protegerás y en ti todo estará seguro y feliz. Aunque no se cumplan mis proyectos, tú me ayudarás a lograr lo que los demás necesitan de mí.
Ven Espíritu Santo. No dejes que me llene de ansiedad detrás de proyectos obsesivos, porque nada de este mundo vale tanto, nada es absoluto. Quiero trabajar bajo tu luz, sabiendo que comprendes mis errores, que yo no soy un ser divino, y que siempre puedo empezar de nuevo, sin ansiedades. Porque tú tienes confianza en mí.
Ven Espíritu Santo. Amén.
6/2
Los que han dado su sangre por Cristo muestran hasta qué punto el Espíritu Santo puede fortalecernos. A veces pensamos que nunca seríamos capaces de soportar ciertas cosas, pero olvidamos que el Espíritu Santo puede fortalecernos de una manera maravillosa. Eso se ve claramente en los mártires.
Hoy la Iglesia celebra a San Pablo Miki y a otros 25 mártires, en su mayoría japoneses, que dieron su vida por Cristo el 5 de febrero de 1597. Son los primeros mártires de la época moderna. Hasta ese momento, la Iglesia veneraba sobre todo a los mártires de los primeros siglos, y cuando pensaba en el martirio recordaba a esos mártires de un pasado lejano. Pero cuando los cristianos se empeñaron decididamente en la evangelización de Asia, y se apasionaron por plantar la Iglesia en Japón y en otros países lejanos, entonces el martirio volvió a aparecer en abundancia, como semilla de nuevas comunidades. En 1597 dan la vida nueve misioneros jesuitas y franciscanos, junto con 17 laicos (un catequista, un médico, un soldado, tres monaguillos, etc.). Murieron crucificados a las afueras de Nagasaki sólo por pretender vivir públicamente su fe.
Los mártires que hoy celebramos, en su mayoría misioneros o predicadores, nos muestran hasta qué punto podemos entregarnos a la misión evangelizadora. Murieron dignamente, unos cantando, otros sonriendo, otros invocando a Jesús y a María, o exhortando a los testigos de la masacre a ser fieles al Evangelio.
Por otra parte, la multitud de creyentes que presenciaban el acto, los alentaba diciéndoles que pronto estarían en el paraíso.
En las Actas de los Santos se narra que Antonio, uno de los laicos crucificados, se puso a cantar un salmo "que había aprendido en la catequesis de Nagasaki". Pidamos al Espíritu Santo que nos haga capaces de entregarnos hasta el fin, cantando y orando
5/2
"Ven Espíritu Santo, porque a veces no entiendo qué sentido tienen las cosas que me pasan, y otras veces no sé para qué estoy viviendo. Ilumina cada momento con tu presencia, para que pueda descubrir qué me quieres enseñar, para que sepa valorar cada momento y pueda vivir con ganas.
Espíritu Santo, llena de claridad todo lo que hoy me toque vivir, cada una de mis experiencias, para que pueda reconocer la importancia de cada cosa y me entregue de corazón en cada instante.
No dejes que haya momentos vacíos, oscuros, sin sentido. No dejes que mi vida se me vaya escapando sin vivirla a fondo. Hazte presente en cada momento de esta jornada, para que sienta que vale la pena estar en este mundo.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
4/2
Es necesario convencerse: el Espíritu Santo es plenitud vital, fuerza, gozo. No hay nada más vivo, más real, más lleno de energía. Necesito convencerme de que él ama mi vida, que me desea rebosante de vitalidad, y de que él puede realmente lograrlo si se lo permito de corazón.
Si no estoy convencido de esto, mi vida espiritual, mi fe, mi cristianismo, serán sólo una especie de barniz. Por fuera pareceré cristiano, pero por dentro estaré buscando la vida en otras cosas, y nunca la alcanzaré verdaderamente.
Dentro de nuestros deseos de vida, está la necesidad de experimentar que no estamos solos, que tenemos con quien compartir nuestra capacidad de amor. Pero no nos engañemos. Por más que estemos rodeados de mucha gente, hay un lugar del corazón, el centro de nuestra intimidad, donde no llega ninguna compañía. Allí siempre nos sentimos solos, si no nos dejamos penetrar por el fuego de amor que es el Espíritu Santo.
3/2
"Ven Espíritu Santo. Hoy quiero pedirte que me ayudes a comunicarme con los demás. Enséñame a decir la palabra justa, a mirar a los demás como ellos necesitan ser mirados, a tener el gesto oportuno.
Todo mi ser está hecho para la comunicación. Por eso te ruego que me liberes de todas las trabas que no me permiten comunicarme bien con los demás.
Con tu agua divina riega todas las cosas buenas que has puesto en mi vida, para que pueda hacer el bien. Enséñame a escuchar, para descubrir lo que los demás esperan de mi, y para que encuentren en mí generosidad y acogida.
Muéstrame la hermosura de abrir el corazón y la propia vida para encontrarme con los demás, y ayúdame a descubrir la belleza del diálogo. Dame la alegría de dar y recibir.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
2/2
El que se empeña en encontrar su fortaleza, se va vaciando cada vez más por dentro, y va creando una horrorosa debilidad interior. Eso le hará experimentar
cada vez más el miedo, y la desesperación porque todo se le acaba. Al mismo tiempo, va creciendo un tremendo rechazo por todo lo que sea limite o dolor. Por eso, en realidad sufre mucho más por el miedo a la enfermedad que lo que sufriría por la enfermedad misma.
Pero el hombre lleno del Espiritu, que se deja llevar por la existencia con el impulso de vida del Espiritu Santo, está cada vez más vivo, y así pierde todo temor al desgaste y al paso del tiempo.
Cada vez experimenta una seguridad mayor, vive cada día más "gozo y paz en el Espíritu Santo" (Rom 14,17).
Por eso, el que ha ido creciendo con el poder del Espíritu Santo, cuando tiene cuarenta años no aceptaría jamás volver a los quince o a los veinte, porque no desea volver a la inseguridad, a los temores, a la fragilidad interior, a la inestabilidad afectiva de los años jóvenes. Prefiere la firme vitalidad que le ha ido dando el Espiritu Santo con el paso de los años, y "en la vejez seguirá dando fruto, y estará frondoso y lleno de vida" (Sal 91,15). Cada día que pasa es crecimiento, es adquirir una nueva riqueza que lo hace feliz.
Por eso ya no le teme al paso del tiempo, al desgaste. Al contrario, el tiempo que pasa le va dejando un tesoro, y sabe que cada desafío lo hará crecer más todavía en una vida que nunca se acaba.
1/2
"Ven Espíritu Santo, quiero dejar que tu suave soplo me acaricie. A veces no me siento digno de descansar un momento, de gozar en tu presencia, de aliviar mis cansancios en tu amor que restaura. Pero tú no esperas que yo sea perfecto para amarme. Simplemente me amas. Por eso quiero dejarte entrar, Espíritu Santo, para disfrutar por un momento de tu presencia santa, y simplemente dejarme estar en tu presencia. En ti hay infinita paz. En tu presencia todo se aplaca, se apacigua, se aquieta. Todos mis nerviosismos y mis tensiones se van sanando, y me doy cuenta que no vale la pena alimentar el odio, la tristeza, las vanidades que me hacen sufrir.
Ven Espíritu Santo, y trabaja silenciosamente en mi interior con tu gracia. Cura mi interior lastimado por tantas desilusiones, inquietudes y fracasos, por tantos sueños perdidos. Ven a sanar ese mundo inquieto que llevo dentro y regálame el descanso y la serenidad que necesito.
Sabes también que a veces te he fallado, te he rechazado, me he desviado. Pero rocíame y quedaré limpio, purifícame y quedaré más blanco que la nieve (Salmo 50,9). Pasa por mi interior como agua de vida, que limpia, renueva, vivifica.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
31/1
"Espíritu Santo, tú eres Dios, abismo infinito de belleza donde se saciará toda mi sed de amor.
Mira mi interior, donde a veces habitan egoísmos, impaciencias, rechazos.
Regálame el don de la paciencia.
Quiero vivir el mandamiento del amor que me dejó Jesús, pero a veces me brotan malos sentimientos que se apoderan de mí.
A veces hago daño con mis palabras, con mis acciones, o con mi falta de amabilidad.
Ayúdame, Espíritu Santo, para que pueda mirar a los demás con tus ojos pacientes.
Quiero reconocer tu amor para todos los seres humanos, también para esas personas que yo no puedo amar con paciencia y compasión.
Todos son importantes para el corazón amante de Jesús, todos son sagrados y valiosos.
Nadie ha nacido por casualidad sino que es un proyecto eterno de tu amor.
Libérame de condenar y de prejuzgar a los demás.
Quisiera imaginar sus sufrimientos, sus angustias, esas debilidades que les cuesta superar.
Ayúdame a encontrar siempre alguna excusa para disculparlos y para no mirarlos más con malos ojos.
Derrama en mí toda la paciencia que necesito.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
30/1
"Ven Espíritu Santo. Hoy quiero entregarte todo, para vivir con plena libertad interior, sin aferrarme a nada, sin apegos que me esclavicen. Muchas veces me hago esclavo de tantas cosas y no soy capaz de renunciar a ellas. Así me lleno de tristezas e insatisfacciones.
Ven Espíritu Santo, toca mi corazón y regálame un santo desprendimiento, para que no pierda la paz cuando no logro conseguir algo, y para que no me angustie cuando algo se acaba.
Quiero caminar liviano, sin tanto peso en mis hombros. Quiero respirar libre, sin estar atado a tantas cosas y personas. Quítame esos apegos, Espíritu de libertad, para que pueda caminar alegre y sereno.
Amén."
29/1
En la encíclica "Dominum et Vivificantem" (57), Juan Pablo II invita a invocar al Espíritu que da la vida, para poder enfrentar los signos de muerte y las tentaciones de muerte que hay en el mundo actual.
Hay variadas maneras de elegir la muerte: los excesos, la venganza, la melancolía, el encierro, evadirse con la televisión, con internet, y muchas formas más.
Sería bueno preguntarme qué formas de muerte se han ido metiendo en mi vida, qué esclavitudes me han ido ahogando y no me permiten sentirme realmente alegre, feliz, vivo.
En un momento de oración ruego al Espíritu que entre en esos sectores oscuros y enfermos de mi existencia, le entrego esos lugares de mi ser y de mi vida cotidiana, y trato de liberarme para siempre de esos falsos dioses que no me dan la vida, sino que me la consumen inútilmente.
28/1
Ven Espíritu Santo. Hoy quiero entregarte mi futuro, hasta el último día de mi vida. Quiero caminar iluminado por tu divina luz, para saber adonde voy, para no desgastar energías en cosas que no valen la pena.
No quiero obsesionarme por el futuro. Y por eso, prefiero entregarlo en tu presencia y dejarme llevar por tu impulso. Espíritu Santo, sana mi ansiedad, para que acepte que cada cosa llegue a su tiempo y en su momento.
Y sana mis miedos, para que pueda confiar en tu auxilio y me deje guiar siempre.
Tú que sabes lo que más me conviene, oriéntame y condúceme cada día, y protégeme de todo mal.
Ven Espíritu Santo y toma mi futuro.
Amén."
27/1
"Penetra mis entrañas con tu amor, Espíritu Santo, para que sienta que los demás son mi propia carne, para que me duela su dolor y me alegre con sus alegrías. Ilumina mis ojos, Espíritu Santo, para que pueda reconocer a Jesús presente en cada uno de ellos.
Para que les ayude a llevar sus cargas. Derrama en mi interior, Espíritu Santo, una gran disponibilidad, para que sea capaz de dar sin medida, para que aprenda a compartir lo que tengo buscando la felicidad de los demás.
Enséñame a aceptar con ternura y serenidad que me quiten mi tiempo. Muéstrame la grandeza de los que dan con alegría.
Ayúdame a descubrir la hermosura del manantial que siempre da; la belleza del cántaro, que existe para saciar la sed de los demás. Ayúdame a reconocer la inmensa dignidad de todas las personas, que tienen derecho a ser parte de mi vida.
Dame un amor generoso y humilde, dispuesto a compartir con los demás mi propia vida, mis talentos, mis bienes. Que pueda entregarme sin resistirme ante sus reclamos, amando a los demás con tu amor, y mirándolos con tu mirada.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
26/1
"Ven Espíritu Santo, y entra en mi hogar. Hoy quiero entregarte a todos mis seres queridos para que hagas en cada uno de ellos tu obra maravillosa.
Te abro las puertas de mi familia. Entra, y derrama amor para que sepamos vivir juntos, para que aprendamos a valorarnos, a respetarnos, para que sepamos dialogar.
Protege mi casa de todo mal con tu presencia santa, y no permitas que allí reine la tristeza, el rencor o los miedos. Derrama seguridad, confianza, serenidad y alegría, para que todos los que entren en mi casa experimenten qué bueno es vivir en tu presencia.
Ven Espíritu Santo.
Amén".
25/1
Hoy la Iglesia celebra la fiesta de la conversión de San Pablo. Esa conversión maravillosa ciertamente fue obra del Espíritu Santo, porque sin él un corazón cerrado no puede abrirse. Además, el Espíritu Santo impulsó a San Pablo a predicar el Evangelio con gran entusiasmo.
La predicación del Evangelio está al servicio de un mundo nuevo. Cuando esa predicación es entusiasta, convencida, valiente, confiada, entonces el poder de Jesucristo se manifiesta de maneras variadas, transformando la vida de las personas y de la sociedad.
Si hay un modelo de lo que significa una predicación con poder, ése es San Pablo. Su fervorosa misión apostólica es un modelo del entusiasmo que derrama el Espíritu Santo. Vale la pena leer la descripción que él mismo hace en 2 Corintios 11,26. El libro de los Hechos recoge las tradiciones que se habían difundido sobre los prodigios "poco comunes" que Jesús hacía a través de Pablo (Hechos 19,11-12). Y concluye: "Así, por el poder del Señor, la Palabra se difundía y se afianzaba" (Hechos 19,20).
Recordando a San Pablo, pidamos al Espíritu Santo que nos ayude para que podamos convertirnos más profundamente y también para que no desgastemos inútilmente nuestras energías y vivamos con ese entusiasmo que experimentó San Pablo.
📚 Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana
24/1
En lo más íntimo de nuestro ser, en la raíz de nuestra existencia, sólo el Espíritu Santo puede hacernos sentir vivos. Sólo él puede hacer que dejemos de sobrevivir o de soportar la vida, y que realmente vivamos, que experimentemos en todo nuestro ser los efectos de la gloriosa resurrección de Jesús, algo de esa deslumbrante intensidad de la vida divina. La Palabra de Dios tiene una promesa de vida, no sólo de vida eterna, sino de vitalidad en esta tierra, de manera que si poco a poco dejamos que el Espíritu Santo invada nuestro ser, iremos experimentando que cada vez estamos más vivos. Veamos lo que nos asegura la Palabra de Dios y creamos en estas promesas: "El hombre de Dios florece como una palmera, crece como un cedro del Líbano... En la vejez sigue dando fruto, se mantiene fresco y lleno de vida" (Salmo 92,13.15). "Bendito el que confía en el Señor, porque él no defraudará su confianza. Es como un árbol plantado a las orillas del agua... No temerá cuando llegue el calor, y su follaje estará frondoso. En año de sequía no se inquieta, y no deja de dar fruto" (Jeremías 17,7-8). Notemos que esta promesa de vida incluye también el gozo de dar frutos, de ser útiles, de producir algo para el bien de los demás; porque nadie se siente vivo si no se siente también fecundo: en el servicio, en la paternidad espiritual, en el arte, en el trabajo, etc. Pidamos al Espíritu Santo esa agradable fecundidad.
23/1
Uno de los aspectos más fuertes de nuestra existencia es el deseo de vivir
intensamente. Eso es lo que lleva a muchos jóvenes a tomar un auto y llevarlo a toda velocidad, o a buscar drogas excitantes, o a desbocarse en relaciones sexuales cada vez más desenfrenadas,
etc.
Es mejor que no nos engañemos con esas falsas fuentes de vida. Cultivemos lo más
grande y noble que tenemos, la vida interior. Si no lo hacemos, buscaremos cada vez más esas falsas experiencias que nos engañan, y cada vez nos sentiremos más muertos por
dentro.
Algunos viven confundidos, creyendo que entregarse al Espíritu Santo es peligroso,
como si él pudiera quitarles el entusiasmo por vivir. Nada más contrario a la realidad. Porque el Espíritu Santo es vida, vida pura, vida plena, vida divinamente intensa, vida total. Y si algo en
este mundo tiene vida, es porque allí está el Espíritu Santo derramando una gota de su vida infinita.
Leamos cómo lo dice la Biblia: "El
Espíritu es el que da la vida" (Juan 6,63). "La
letra mata, pero el Espíritu da vida" (2 Corintios 3,6).
📚 Autor: Mons.
Víctor Manuel Fernández. ®
Editorial Claretiana.
22/1
"Ven Espíritu Santo, y ayúdame a mirarme a mí mismo con cariño y paciencia.
Enséñame a descubrir todo lo bueno que sembraste en mí, y ayúdame a reconocer que en mí también hay belleza, porque soy obra de un Padre divino que me ama y me ha dado su Espíritu.
Sabes que a veces me duelen los recuerdos de errores que he cometido. Ayúdame a mirarme como Jesús me mira, para que pueda comprenderme y perdonarme a mí mismo.
Ven, Espíritu Santo, derrama en mí toda tu fuerza, para que pueda comenzar de nuevo y no me desprecie a mí mismo.
No permitas que me dominen los remordimientos, porque tu amor siempre me permite comenzar de nuevo.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana.
20/1
"Ven Espíritu Santo, y ayúdame a perdonar. Porque a veces recuerdo el daño que me han hecho, y eso alimenta mis rencores y mis angustias.
Ayúdame a comprender a esas personas que me lastimaron, enséñame a buscarles alguna excusa para que pueda perdonarlos.
Ven Espíritu Santo, y derrama dentro de mí el deseo de perdonar y la gracia del perdón, porque solo no puedo.
Ayúdame a descubrir que es mejor estar libre de esos rencores y ataduras, y dame tu gracia para liberarme de verdad.
Derrama tu paz en todas mis relaciones con otras personas, para que reine el amor y nunca el rencor.
Amén."
19/1
Dejemos que el Espíritu Santo se siga derramando cada vez más en nuestra vida. Supliquémosle, invoquémoslo con insistencia, dejemos que nos inunde como el agua, que riegue nuestro ser como agua viva, purificadora, y que haga renacer todo lo que está seco.
Dejemos que nos penetre como el viento, y que arrastre todo lo que está de más en nuestras vidas; que nos impulse hacia adelante como el viento impetuoso y nos arranque de nuestras falsas seguridades. Dejemos que sea el fuego santo que queme todo lo que nos hace daño, que disipe nuestras oscuridades, que nos llene de calor. Dejemos que nos devuelva la vida, que nos haga recuperar nuestra más auténtica alegría.
Porque la alegría se siente cuando volvemos a sentirnos vivos, cuando valoramos la sangre que corre por las venas y el amor que se mueve en el corazón, cuando experimentamos que vivir vale la pena. El Espíritu Santo puede llenarnos de esa vida nueva también hoy:
"Y cuando venga él, el Espíritu de la verdad, él los llevará a la verdad completa... Y la tristeza se les convertirá en alegría" (Juan 16,13.20)."
18/1
Los cristianos creemos que toda esta maravilla de la amistad con Dios, de la presencia del Espíritu Santo, es algo que nos supera de tal manera que de ningún modo podemos merecerlo. Si nunca podemos merecer o comprar la amistad sincera de un ser humano, porque la amistad sólo puede ser un regalo que se da gratis y libremente, con mucha mayor razón es imposible que podamos merecer o comprar la amistad divina.
Y cuando estamos en pecado y nuestro corazón se mueve con el deseo de buscar esa amistad, es porque la gracia de Dios ya está tocando el corazón, ya lo está atrayendo. Siempre es él quien tiene la iniciativa, siempre es él quien ama primero.
Sin embargo, una vez que el Espíritu Santo nos regala su amistad (la gracia santificante), una vez que él comienza a habitar en nosotros como amigo, al mismo tiempo comienza a producir una obra de renovación en nuestra vida. Es decir, nos toma tan en serio, que quiere que nosotros también participemos en nuestro propio crecimiento, que nos metamos por entero, con todas nuestras energías, en un camino de maduración. Y para eso nos capacita.
Pero nuestros méritos son en primer lugar de Cristo, que se entregó por nosotros, y nunca quieren decir que estamos mereciendo la amistad de Dios. Esa amistad será siempre un regalo totalmente gratuito de su ternura infinita, una iniciativa de amor y una obra gratuita del Espíritu Santo.
Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana.
17/1
"Ven
Espíritu Santo, y pasa por mi memoria. Mi memoria es un regalo tuyo, que me sirve para recordar tu amor y tus beneficios.
Toma esa memoria para que no me inquieten los malos recuerdos. Quema con tu fuego toda angustia que venga de los recuerdos de mi pasado. Purifica todos mis recuerdos para que no me lastimen ni me
torturen.
Ven Espíritu Santo, e ilumina todo mi pasado. Quita de mi interior todo recuerdo que alimente mi tristeza o mis desánimos, y alimenta los recuerdos buenos, esos que me impulsan a seguir adelante
y me devuelven la alegría.
Ven Espíritu Santo.
Amén."
16/1
Algunos se confunden con la palabra espiritual, y creen que uno es más espiritual si vive alejado de las cosas de este mundo, si come poco, si no disfruta de la vida, si tiene poco trato con los demás.
Pero en la Palabra de Dios, espiritual es otra cosa. Una persona espiritual es alguien que se deja transformar por el Espíritu Santo, y entonces se convierte en un amigo de Dios y hace las cosas con amor. Espiritual es también el que sabe disfrutar de lo que Dios le regala y descubre a Dios en medio de las cosas lindas, tratando de vivirlas como a Dios le agrada. Dice la Biblia que "Dios creó todo para que lo disfrutemos" (1 Timoteo 6,17).
Por ejemplo, cuando celebramos el cumpleaños de un hijo o de un amigo, y nos alegramos de que esté vivo; y con lo poco que tenemos hacemos una linda fiesta para que se sienta feliz por lo menos un rato, eso es lo más espiritual que puede haber.
La persona espiritual sabe compartir y busca la felicidad de los demás. No se aleja de los otros, sino que sabe descubrir a Jesús en ellos. Hay personas que se creen espirituales, pero en realidad están llenas de rencores y de orgullo, o no son capaces de hacer feliz a nadie. Entonces, en realidad, están lejos de Dios, porque nuestro amor al Dios invisible se manifiesta en el trato con los hermanos visibles: "El que no ama al hermano al que ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Juan 4,20). Por eso San Pablo llamaba "carnales" a los que vivían en la envidia y la discordia (1 Corintios 3,3).
15/1
Nuestra oración debe ser comunitaria. Ninguno debería buscar al Espíritu Santo pensando sólo en sus problemas. Porque Jesús nos quiere unidos como hermanos.
Por eso, pensemos hoy en todos los que se sienten solos y abandonados. No nos olvidemos hoy de los que están sin trabajo, de los que son despreciados por su pobreza, de los que están olvidados por todos en una cama de hospital.
Entonces clamemos "¡ven Espíritu Santo!", pidiéndole que llene de su consuelo y de su amor esos corazones lastimados que se sienten solos e ignorados.
Pero también invoquemos al Espíritu Santo para que entre bien profundo en nuestro corazón y en todos los que pueden dar una mano a los postergados, a los excluidos del mundo del placer y del consumo (1 Juan 3,17-24). Pidámosle que sane nuestro egoísmo y nos haga descubrir qué podemos aportar a los demás.
14/1
En la Biblia se le da al Espíritu Santo el nombre de Paráclito (Juan 14,26). Este
nombre ya nos indica algo, porque significa llamado junto a. Es decir, el que yo invoco para que esté conmigo.
Son distintos los sentidos que puedo darle a esta presencia. Por ejemplo, puede
significar que lo invoco para que me defienda de los que me acusan o me persiguen, particularmente del poder del mal. Pero también puede entenderse que el Espíritu está a mi lado para darme
consuelo en medio de las angustias, temores e insatisfacciones.
En realidad, no podemos limitar el sentido de ese nombre, y más bien tenemos que
reunir en esa expresión todo lo que incluimos cuando llamamos a alguien para que esté con nosotros.
El Paráclito es el que se hace presente allí donde nadie puede acompañarnos, en
esa dimensión más íntima de nuestro ser donde, sin él, siempre estamos desamparados, angustiados en una soledad profunda que nadie puede llenar. Él es ayuda, fuerza, consuelo, defensa, aliento.
Sólo hay que decirle con ganas: "Ven
Espíritu Santo, ven Paráclito".
13/01
"Ven
Espíritu Santo, y penetra en todo mi cuerpo. Te doy gracias por el don de la vida, por cada uno de los órganos de mi cuerpo, que es una obra del amor divino.
Ven Espíritu Santo, y pasa por todo mi cuerpo.
Acaricia con tu cariño este cuerpo cansado y derrama en él la calma y la paz.
Penetra con tu soplo en cada parte débil o enferma. Restaura, sana, libera cada uno de mis órganos. Pasa por mi sangre, por mi piel, por mis huesos.
Ven, Espíritu Santo, y aplaca toda tensión con tu amor que todo lo penetra.
Sáname Señor.
Amén."
12/01
Hagamos memoria. Miremos lo que pudo hacer el Espíritu Santo en otra época, quizás mucho más difícil que la nuestra.
Después de la muerte de Cristo, aunque él había resucitado, los apóstoles no veían claro, no entendían bien lo que estaba sucediendo. Parecía que la fe cristiana no tenía futuro. Pero al menos dejaban que María los reuniera para orar (Hechos 1,14).
Entonces, llegó el día de Pentecostés, y quedaron llenos del Espíritu Santo (Hechos 2,1-4). A partir de ese día se acabaron los miedos, las tristezas, las quejas, y empezó a reinar el entusiasmo, la alegría. Salieron llenos de fuego, deseosos de llevar a Cristo a los demás y de cambiar el mundo. Era la época del Imperio Romano, cuando reinaban la injusticia, los abusos, el egoísmo; no se permitía a los cristianos vivir libremente la propia fe, se perseguía con crueldad a los inocentes, muchos morían de hambre mientras otros se daban al desenfreno total. Sin embargo, en ese mundo, los cristianos que llevaban en sus corazones el impulso del Espíritu Santo pudieron resistir las tentaciones de la decadencia pagana, y llegaron a cambiar ese mundo en ruinas.
¿Acaso el Espíritu Santo ha perdido ese poder?
11/1
"Ven
Espíritu Santo, ven a sanar ese mundo de mis emociones.
Mira ese dolor que a veces me carcome el alma, y sánalo.
A veces sufro por el amor que no me dan, por las desilusiones, por las agresiones ajenas, porque a veces no me comprenden, porque no pude comunicarme bien con alguien, porque no me agradecen o no
tienen en cuenta mis esfuerzos. No dejes que esos sentimientos me dominen y me quiten la alegría.
Ven Espíritu Santo, toca esas necesidades insatisfechas con tu amor, para que yo no dependa tanto del afecto de los demás. Enséñame a gozar de tu ternura divina, Espíritu de amor, para que mi
corazón sea más libre. No dejes que me vuelva esclavo de mis sensaciones y sentimientos que me abruman. Enséñame a disfrutar de tu amor en cada momento, para que la alegría ilumine mi
rostro.
Amén."
10/1/24
No hace falta que te digan que estamos en una época difícil, que hoy no es fácil vivir, que muchas veces nos ataca el desaliento, que nos cuesta querernos, comunicarnos y ayudarnos, que cada uno piensa demasiado en sí mismo, que no reconocemos fácilmente el amor de Dios en nuestra propia vida.
Además, hay viejos rencores y heridas que nos cuesta sanar, frecuentemente nos sentimos insatisfechos, y otras veces no sabemos para qué trabajamos, para qué nos estamos esforzando, para qué vivimos en realidad. O quizás en el fondo nos sentimos solos, con una oculta tristeza. Nadie puede negar que algunas de estas cosas anidan en su corazón.
A veces nos va mal, la vida nos golpea duro, pero lo peor que nos puede pasar es si, además, perdemos la esperanza, la fe, la unidad con los seres queridos, las ganas de luchar. Para solucionar este profundo problema, para vivir con ganas y con fortaleza, hay algo que necesitamos, algo que nos falta.
En definitiva, nos falta espíritu. A nuestras existencias les falta el fuego, la luz, la vitalidad, la fortaleza, el empuje, la paz del Espíritu Santo. Y en el fondo, todo tu ser está sediento de él, de su presencia, de su río de vida. Por eso, recibamos una buena noticia: "El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad" (Romanos 8,26).
Él viene. Cuando lo invoques él se acerca a tu vida, para ofrecerte agua viva, paz, consuelo, esperanza. Él viene, siempre viene.
Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana.
09/01/24
A veces estamos disfrutando de algo bello, pero sin darnos cuenta aparece en el corazón un temor difuso que empaña la alegría. ¿Temor a perder lo que tenemos? ¿Temor de arruinarlo todo? ¿Temor a que algo se acabe? ¿0 será simplemente que experimentamos el sabor amargo de nuestros límites, el recuerdo escondido de que todo se termina, de que va llegando el desgaste, la vejez, la enfermedad?
Sólo el Espíritu Santo tiene poder para liberarnos de esas oscuridades del alma. Son las cosas que no nos dejan libres para disfrutar de la existencia, para amar con alegría, para trabajar con entusiasmo.
Hay una tristeza sutil que es contraria al Espíritu Santo. Por eso dice la carta a los Efesios: "No entristezcan al Espíritu Santo" (Efesios 4,30). El antiguo escrito del Pastor de Hermas también advertía que la tristeza expulsa al Espíritu Santo. De manera que cuando nos encerramos en nuestras maquinaciones mentales, y fomentamos los recuerdos negativos, cuando rumiamos las faltas de amor de los demás, o lo que la vida no nos está dando, entonces comenzamos a ocupar con todo eso el espacio que debería llenar el Espíritu Santo. De ese modo lo vamos expulsando de nuestra vida.
"Ven Espíritu Santo, entra en mi mente, en esa locura de mis pensamientos que me perturban. Pacifica este interior inquieto. Ayúdame a dominar y serenar mis pensamientos para que reine en mí tu paz.
Ven Espíritu Santo a dominar mi mente con tu santísima calma. Armoniza ese mundo de mi mente y llévate lejos todo pensamiento que provoque angustias o nerviosismos, tristezas o inquietudes inútiles.
Ven Espíritu Santo, toma esas imágenes alocadas que dan vueltas dentro de mí, para que pueda reflexionar serenamente, orar bien, y avanzar sin preocupaciones que no valen la pena.
Ven Espíritu Santo, y lléname de pensamientos bellos, que me ayuden a vivir.
Amén."
📚 Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana.
Reflexión de hoy.
Repitamos esta oración varias veces, lentamente, hasta que sintamos cómo el Espíritu Santo toca con su amor nuestro interior:
"¡Oh llama de amor viva
que tiernamente hieres
el más profundo centro
de mi alma,
tú que no eres esquiva
acaba ya si quieres,
rompe la tela
de este dulce encuentro!"
San Juan de la Cruz
En esta solemnidad de la Epifanía del Señor celebramos que Jesús se ha manifestado a nuestras vidas, que hemos podido conocerlo. Celebramos que Jesús quiere hacerse conocer por todos los seres humanos para llenarlos de su luz.
Pero toda la hermosura de Jesús es obra del Espíritu Santo. Por eso, no podemos conocer a Jesús y admirarlo si no nos dejamos iluminar y transformar por el Espíritu Santo.
El Espíritu llenó el corazón humano de Jesús desde su concepción, y conoce todos los secretos del corazón del Señor. Pidámosle al Espíritu Santo que nos ayude a conocer profundamente a Jesús para amarlo con todo nuestro ser. Roguémosle también que nos haga cada vez más parecidos a Jesús en nuestra forma de vivir y de actuar.
📚 Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana.
El Espíritu Santo es el que puede transformar nuestros corazones con su soplo, con su fuego, con su poder y su luz. Con su fuerza podemos cambiar poco a poco nuestras actitudes llegando a ser personas renovadas. Siempre es posible cambiar con el auxilio del Espíritu. Si no cambiamos no es porque él no puede, sino porque nos respeta delicadamente. No nos obliga ni nos invade. No actúa allí donde nosotros no se lo permitimos. Respeta nuestras decisiones, y también nuestra debilidad.
Pero si dejamos que el Espíritu Santo actúe en nosotros, si lo invocamos, si le permitimos que él nos impulse, entonces la vida se llena de actos de amor a Dios y a los hermanos, y así nos convertimos en seres "espirituales", es decir, conducidos por la fuerza del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos va renovando, y así ya no nos amargamos el corazón con rencores, celos, envidias. Ya no estamos inmovilizados por la indiferencia y el egoísmo, y ya no somos esclavos de los vicios y los malos apegos. Al contrario, nos llenamos de esperanza, de fortaleza, de alegría en medio de las dificultades, y nos sentimos verdaderamente libres, "nuevas criaturas" (1 Corintios 5,17).
La Biblia nos habla bellamente de los frutos que produce el Espíritu cuando lo dejamos actuar, y los resume en nueve: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de uno mismo" (Gálatas 5, 22-23). No le pongamos obstáculos, para que él pueda producir esos frutos en nuestra vida.
El Espíritu Santo quiere regalarnos un mundo mejor. Pero más bien parece que nos
hemos olvidado de buscarlo, que nuestro corazón cerrado no le deja espacio, que no nos decidimos a ponernos de rodillas e invocarlo con fe, con ansias.
Él ya ha tomado la iniciativa de buscarnos. Ahora es necesario que le permitamos
actuar. Te propongo que le abras el corazón y le digas con ternura:
"Ven
Espíritu Santo,
ven padre de los pobres,
ven viento divino, ven.
Ven como lluvia deseada,
a regar lo que está seco en nuestras vidas, ven.
Ven a fortalecer lo que está débil,
a sanar lo que está enfermo, ven.
Ven a romper mis cadenas,
ven a iluminar mis tinieblas, ven.
Ven porque te necesito,
porque todo mi ser te reclama.
Espíritu Santo, dulce huésped del alma,
ven, ven Señor".
5MINUTOS CON EL ESPIRITU SANTO 3/1/24
En la Palabra de Dios, el Espíritu Santo se nos presenta como un fuerte ruido, que resuena potente, que sorprende, que admira:
"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, como si fuera una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban" (Hechos 2,1-2).
¿Por qué ese ruido estremecedor, por qué ese viento atronador, ese inesperado trueno que descoloca a quienes lo escuchan?
Porque el Espíritu Santo es como un grito de amor que vuelve a despertar a los que están adormecidos, desganados, melancólicos. A esos que han perdido el entusiasmo en la vida y son como una vela que se apaga, el Espíritu Santo en algún momento les resuena en el corazón y les grita: "¡Despierten, salgan, vivan!".
Cuando parece que ya no podemos escuchar nada interesante, nada que nos anime, nada que nos estimule, el Espíritu Santo aparece como un grito en el alma: "¡No te sientas solo, aquí estoy, vamos!"
Por eso San Agustín, después de su conversión, decía: "Señor, has gritado, y has vencido mi sordera".
Pidamos al Espíritu Santo que nos despierte y nos devuelva las ganas de caminar, de avanzar, de luchar; que nos regale el santo entusiasmo de los que se dejan llevar por él.
En esta página encontrarás cada día alguna meditación o una oración dedicada al Espíritu Santo. Te propongo que, después de leer, te quedes unos minutos en la presencia del Señor para que él trabaje en tu interior. Así, día tras día, podrás intentar abrirle el corazón al "dulce huésped del alma".
Si cada día tratas de darle un lugar en tu vida, darás tu pequeña colaboración al Espíritu Santo para que tu vida se vaya transformando. Así, en tus oscuridades entrará la luz, en tu frío se encenderá un poco más el fuego, y renacerá la alegría.
Te sugiero que hagas ahora mismo un breve momento de oración para ofrecerle al Espíritu Santo este año que comienza, de manera que cada día de este año esté iluminado por su presencia santa.
📚 Autor: Mons. Víctor Manuel Fernández. ® Editorial Claretiana.
Al Espíritu Santo se lo suele representar con una llama de fuego. De hecho, el día de Pentecostés descendió sobre los Apóstoles de esa manera: "Entonces vieron aparecer unas lenguas de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Y todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hechos 2,3-4).
¿Por qué el fuego?
Porque cuando el Espíritu Santo se hace presente de una manera especial, las personas no quedan igual. Se produce un cambio. Nadie puede quedar indiferente si aparece una llama de fuego en su cabeza, si allí donde hacía frío y oscuridad repentinamente hay calor y luz. Todo cambia.
El Espíritu Santo nos permite ver las cosas de otra manera, y nos ilumina el camino para que no tengamos miedo. Él derrama calor, para que no nos quedemos acurrucados, apretando las manos y refugiándonos en un lugar cerrado. Por eso su presencia nos llena de confianza y de empuje.
Entonces, es bueno invocar al Espíritu Santo para que inunde de color y de vida nuestra existencia:
"Ven fuego santo, luz celestial, porque a veces me dominan las tinieblas y tengo frío por dentro. Ven, Espíritu, porque todo mi ser te necesita, porque solo no puedo, porque a veces se apaga mi esperanza. Ven, Espíritu de amor, ven".